
Una de las tareas centrales del anciano es cuidar de su salud y una condición
para ello es el adecuado manejo de las situaciones conflictivas con las cuales
suele tropezar. No se trata de “reprimir el sentimiento” o “dejar de sentir”,
sino ser capaces de reorientar las emociones negativas de forma tal que logren
expresarse con el menor daño posible.

Una situación podría ser aceptar la jubilación, necesitar de apoyo externo
para caminar con seguridad, no ser ya el criterio dominante en el seno familiar
y enfrentar el tratamiento de una enfermedad. El reto consiste en valorar si
éstas son condiciones que inevitablemente deben irritar y deprimir o si se puede
ser lo suficientemente hábil emocionalmente como para no atribuirle esa
potestad.
La autorregulación también hace un llamado a la resiliencia como la capacidad
de respuesta inherente al ser humano, a través de la cual se generan respuestas
adaptativas frente a situaciones de crisis o de riesgo (Vera y otros, 2006). Sin
lugar a dudas este concepto suele estar vinculado al autocontrol del adulto
mayor en el sentido de saber afrontar y responder adecuadamente frente a los
diversos problemas cotidianos y acontecimientos vitales a los que se ve
expuesto. Además, la resiliencia tiene su vinculación con otras aristas de
interés de la inteligencia emocional que se retomarán más adelante.
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