El 50% de adultos
mayores en el Perú sufre algún tipo de maltrato por parte de sus familiares, en
especial la intolerancia y la indiferencia.
No obstante, que en el
país existe legislación orientada a la defensa y protección de las personas de
la tercera edad, como la Ley 28803, que garantiza los derechos de los ancianos
y determina que sus familias tienen la obligación develar por ellos en pro de
su bienestar.
Sin embargo, el tema
encierra una paradoja porque el concepto de familia moderna, solo considera la
convivencia de la pareja y los hijos, mas no, la presencia de los padres, por
considerarlos una carga económica y una molestia para la educación y crianza
moderna de los hijos.
Para el año 2005 se ha
estimado que en el Perú hubo dos millones 146 mil adultos mayores que representan
al 7.7% de la población del país. Este grupo poblacional tiene una tasa de
crecimiento anual de 3.1%. La dependencia de la población mayor se
incrementaría con el tiempo de 12% del año 2005 a 34% para el año 2050.
Por este motivo, la
vejez, al igual que la infancia, debería ser motivo de preocupación y de alerta
para la sociedad y el Estado. Asimismo, estos datos estadísticos, deberían generar
acciones integrales que conduzcan a mejorar la capacidad productiva del país,
mejorar las condiciones de empleo, la salud, seguro de invalidez, y mejorar los
ingresos económicos de los Cesantes y Jubilados, ya que ellos pertenecen de la
Tercera Edad y también, muchos de ellos, desean integrarse al proceso
productivo, dentro de normas establecidas que les permitan ejercer sus derechos
y mejorar sus ingresos económicos.
Por tanto, se requiere
medidas y acciones efectivas y concretas, dirigidas a generar espacios de
producción acorde a la edad y capacidad de los usuarios, y no solamente buscar
acciones para ocupar el tiempo libre de los ancianos para el descanso, o dar preferencia
en los lugares públicos. Se tienen la idea errónea de considerar a los Adultos
Mayores como menores de edad o como minusválidos, quienes requieren de la
generosidad y tolerancia de parte de los jóvenes.
El hecho de tener la
posibilidad de vivir más años debería ser motivo de celebración y alegría como
lo fue en la época pre-hispánica; gracias a la modernidad se extiende nuestra
esperanza de vida cada vez más y estos cambios no van acompañados de políticas
adecuadas para brindar una mejor calidad de vida.
Al parecer, nadie tiene
en cuenta que la vejez, es el conjunto de cambios biológicos, psicológicos y sociales,
es un proceso normal e inherente a todo individuo.
Gran cantidad del
esfuerzo de la sociedad y del Estado están dirigidos a la educación y
preparación de los jóvenes para el trabajo, lo cual está muy bien, pero no existe
una propuesta de desarrollar estrategia o habilidad para preparar a los
adultos, en el momento oportuno, a diseñar sus proyectos de vida para una vejes
digna y saludable, y que no ocurra situaciones dolorosas de ver a muchos de ellos;
que por falta de ocupación y no tener un círculos social al cual incorporarse
de manera útil y productiva, buscan como una ocupación y un motivo para cambiar
de ambiente o salir de sus casas con un fin especifico, la atención en los
servicios de salud, encontrando a estos; a pesar de las dificultades para el
acceso, como espacios de encuentro, socialización y ocupación.
El país no está
preparado para enfrentar el envejecimiento poblacional, ni los servicios de
salud están en condiciones de afrontar una mayor carga de enfermedades no
transmisibles, propias de la edad adulta, será más grave, sino se toman medidas
desde ahora.
Pareciera que el adulto
mayor es una población invisible. En la época Inca la población del Adultos
Mayores no fue una población invisible o improductivo, por el contrario, los
ancianos tenían funciones especificas que cumplir dentro del núcleo familiar y
la comunidad, según nos comenta el etnógrafo indígena del Perú, Guaman Poma de
Ayala, quien fue natural de Lucanas, Yarovilca (Ayacucho) posiblemente nació
entre los años 1534 – 1536.
Su obra titulada “Nueva
Corónica y Buen Gobierno”, da la visión indígena del mundo andino y permite
reconstruir con todo detalle aspectos de la sociedad peruana después de la
conquista.
La información que nos
interesa comentar es el referido a la distribución de actividades y obligaciones
de los varones y mujeres según su edad. Es obvio, que la edad no tenía un
referente cronológico como lo es hoy, sino que esta se consideraba de acuerdo al
desempeño de las capacidades físicas.
El autor nos habla de
diez, etapas de cambios de actividades, desde el nacimiento hasta la muerte,
para mujeres y varones. Describimos solamente tres etapas para los varones.
La Primera etapa
correspondería a la edad aproximada entre los veinticinco y cincuenta años. Etapa
que requiere del uso de las poderosas habilidades físicas y mentales necesaria
para la guerra y en tiempo de paz, para la administración del estado.
Una segunda etapa
corresponde a los adultos mayores de cincuenta o sesenta años, cuya actividad
se relaciona con las largas caminatas. Era momento de recorrer todo el
territorio del Tahuantinsuyo. Además apoyaban en los trabajos agrícolas y
labores domesticas.
La tercera etapa
corresponde al anciano mayor de setenta años o mas a quien se le asignan las
tareas más importantes, como es el educar a los niños y ser consejero de la comunidad,
porque; “con la poca sombra daban luz y claridad con sus consejos”.
Los ancianos, eran
considerados sabios, distinción que le daba el aprendizaje de la vida y la
capacidad resolver problemas; no eran aislados del núcleo familiar ni de la
comunidad, por el contrario el llegar a la edad adulta los hacía merecedor del
reconocimiento y el respeto. Era signo de haber vivido y cumplido todas sus
obligaciones a cabalidad en las diferentes etapas de vida que le toco vivir.
Es más, el llegar a la
edad de adulto mayor, era un regalo de los dioses, que le permita poder compartir
con los suyos, todos su conocimientos y saberes.